jueves, abril 28, 2016

Éxtasis


Deliantha se había vuelto a hacer cargo de todo, pero el Templo le había dado una nota para mí. En ella me exigían no volver a tomarme la justicia por mi mano y a esperar a que ellas se encargaran de todo. Vi la firma y me di cuenta de que se trataba de la misma mujer que me había atendido la última vez, cuando fui a informar de la muerte de Thoribas. Raene parecía no querer entender que había tenido que actuar porque ellas no habían cumplido con su parte. Decían tenerlo todo vigilado y que mi vida no correría peligro, pero no había sido así.
—No le des más vueltas, hermana, no servirá de nada.
Observé a la kaldorei, sentada en el suelo junto a Ash'andu, y no tuve más remedio que asentir. Estaba en lo cierto. Pensar más en ello no cambiaría las cosas y el presente era el que era. Había decidido no permitirme acercarme a Enthelion como hasta ahora, pero no sabía cuánto podría cumplir con ello. Cuando regresé al barracón a por un par de cosas, era como si pudiera atravesarme con la mirada y saber mis intenciones.
—Eres tú quien debe mostrarme la raya, Dalria.
—Creí que estaba clara; nada personal.
Me observaba sentado al borde de la cama, pero se levantó y se marchó en silencio, sin pronunciar palabra alguna. Estaba hecha un completo lío. No quería cruzar la raya para evitar ser herida, pero al mismo tiempo quería hacerlo y quería descubrir sus intenciones para conmigo. Me cambié y me puse un vestido mucho más cómodo, aprovecharía mi soledad para intentar ordenar mis pensamientos. Tal vez Elune le había puesto en mi camino para caminar juntos el resto de nuestras vidas, o tal vez me estaba volviendo loca. No me dio mucho tiempo a pensar en nada más cuando oí unos pasos acercándose. Esperaba que fuera él, pero para mi sorpresa se trataba de mi hermana.
—Solamente quería ver qué tal estaba todo por aquí. ¿Tu prometido sigue por aquí?
—No tengo nada con él, Nahim.
—Lo vuestro es un secreto a voces, Dalria.
—Únicamente soy su superior, hermana —suspiré. Sabía que por más que le dijera, seguiría creyendo lo que quisiera—. El resto de palabras que pueda llevar consigo el viento se quedan en palabras.
Quería que, como había hecho ella antes con Arcthor, "sentara cabeza" y me casara con él. Teníamos ideas muy distintas de cómo hacer las cosas. Ella se había dejado llevar por lo que la raza humana había traído consigo al unirse nuestro pueblo a la Alianza, se había casado con uno de ellos por el rito humano y parecía haber dejado de lado todo lo que nuestros padres y hermanos nos habían inculcado. Nuestra madre estaba decepcionada, y habría jurado que se negaría a verla si no fuera sangre de su sangre, si no la hubiera llevado dentro de su vientre. En cierta manera también me había decepcionado a mí. Padre siempre pensó que yo era la que más disgustos iba a dar a la familia por mi forma de ser, por estar metiéndome en líos desde que podía caminar... pero jamás de aquella manera.
—¿Qué te ha traído aquí esta vez, hermana? —opté por cambiar de tema ante su insistencia en que hablara con Enthelion.
—Quiero unirme a tu causa.
Revisó el barracón con la mirada tras pronunciar aquellas palabras, alardeando de tener más experiencia en combate que yo. La entrevista no iba a durar mucho más. Conocía bien a mi hermana y tal vez aquella fuera la forma de reconducirla hacia las tradiciones de nuestro pueblo. Le entregué un tabardo y una runa, advirtiéndole que no mencionara nada del tema a Enthelion. Si era verdad que había algún tipo de rumor, él ya estaría enterado y seguramente sería la causa de que pareciera molesto.
Poco rato después de que se marchara Nahim, Enthelion entró en el barracón. Me había cogido desprevenida, leyendo las últimas cartas que mi hermano me había enviado desde a saber dónde. Su relación con nosotras y el resto del mundo se había vuelto distante. Perder a su compañera y a su hijo cuando el Monte Hyjal fue atacado, junto a nuestro padre, había sido un duro golpe para él del que no parecía ser capaz de reponerse. Se había aislado hasta el punto en que mis misivas eran enviadas a un punto, recogidas por alguien y llevadas a él. Aunque había intentado seguir a aquella especie de mensajero, pero me había sido imposible. Recordando a Erion y el dolor por el que había pasado al perder a Freja y a Mathrentar, volví al presente cuando Enthelion me preguntó por las cartas. No quería pasar por algo similar, ni siquiera quería que esa posibilidad existiera. Le aconsejé que no hiciera mucho caso a las palabras de mi hermana, fueran cuales fueran, y decidí alejarme de allí y de él.

A las pocas horas regresé a la base de la orden, esta vez con ropa más cómoda y que no dejara tanta piel a la vista. Enthelion se acercó a la entrada en cuanto escuchó mis pasos aproximándose. Sabía que debía decirle la verdad, pero no estaba preparada para ello. En su lugar, me disculpé por haberle evitado. Le preocupaba lo que me llevaba a hacerlo, pero no podía decírselo. En la balconada me detuve a tomar aire profundamente, observando la ciudad. Él se quedó a unos metros tras de mí y podía sentir sus ojos clavados en mi espalda. Las hojas movidas por el viento, el agua meciéndose con suavidad o los murmullos de quienes pasaban cerca era lo único que nos acompañó durante unos minutos que parecieran eternos.
—¿Qué te ha llevado a estar así, Dalria?
Me volví, sin haberme percatado de su proximidad. No quería que le diera importancia, pero me conocía mejor que yo misma.
—Tan solo intento mantenerme en mi sitio. Las centinelas no son las únicas que se fijan en ti.
Aquellas palabras no parecieron afectarle lo más mínimo. Insistía en que le parase los pies si algo me incomodaba o creía que cruzaba la línea, esa línea que no nos permitiría llevar nuestra relación al terreno personal y que cada vez era más difusa para mí. Necesitaba saber si él deseaba cruzarla, pero sus respuestas eran evasivas. Finalmente me senté en el borde de la cama y él apoyó la espalda en el poste que había a los pies de la misma. Tras otro eterno silencio, se sentó en la cama, dejando algo más de espacio de lo habitual entre ambos.
—¿Qué ocupa tu mente?
—En este momento, tú.
Su respuesta me dejó descolocada. La conversación del día anterior, la de hacía unos instantes y qué hacer o no hacer era cuanto rondaba por su cabeza. Yo estaba siendo una cobarde por no enfrentarme a mis miedos. Me sentía más segura luchando sola contra una horda de orcos que en aquella habitación con él, sin saber con seguridad qué sentía él y con un temor atroz a preguntarle.
—No te costará mantener los pies en la tierra cuando los has tenido todos estos días sin ninguna dificultad.
—Eso no lo sé, Dath'anar —exhalé aire, tomándome unos instantes antes de proseguir, buscando las palabras adecuadas—. Tú crees que no he tenido problemas para mantenerme en mi sitio, pero no sé cuánto duraré.
—Lo has hecho, y debería ser más que suficiente —dejó caer su espalda sobre la cama, tumbándose—. Tú misma has dicho que no quieres nada personal, sino lo lograras tus deseos se desharían al instante.
—O quizá cambiara de parecer.
Sonreí ante la simple idea y me tumbé a su lado, apoyando la frente sobre su hombro. Sin embargo, sus oídos captaron algo que los míos no y su mirada se dirigió hacia la entrada. Me advirtió de la llegada de Lindiel, una de nuestras últimas reclutas, y ambos nos pusimos rápidamente en pie. Quería saber qué novedades había, pero era conocedora de las pocas que había. Las tropas en Vallefresno por parte de la Horda habían reducido su número y había habido algunas escaramuzas, aunque nada importante. Darnassus no recibía ayuda de fuera y otras divisiones kaldorei estaban ayudando a los humanos con sus propios problemas, por lo que estábamos, como siempre, solos.
—Espero que mis compañeros despierten pronto. La ira de los druidas de la zarpa será legendaria.
Sentí un escalofrío ante la mención de la palabra "druida". La mujer de blancos cabellos que había ante nosotros había despertado recientemente de su estancia en el Sueño Esmeralda y todavía estaba algo perdida. Le sorprendió descubrir que Teldrassil había sido plantado sobre la pequeña isla de Kalidar y llevaba bastante mal todos los cambios que estaba descubriendo. Intentábamos explicarle todo cuanto podíamos las pocas veces que nos cruzábamos con ella, al menos lo más importante, pero era demasiado para que lo asimilara todavía.
—No os molestaré más, seguid con lo vuestro.
Sonrió de manera pícara, como si pensara que entre Enthelion y yo hubiera algo que había interrumpido al venir a vernos. Ambos volvimos a sentarnos en la cama, en uno de los laterales, y me tumbé ante su atenta mirada, aunque rápidamente la desvió hacia el exterior. Ahora parecía ser él el evasivo.
—No esperes que me lance a tu cuello mientras la confusión sea quien te haga actuar —dijo mientras volvía a posar la mirada en mí, acariciándome la mejilla con el dorso de la mano.
—¿Qué te hace pensar que estoy confusa?
—Tus cambios de opinión, Dalria.
Su ceño se frunció apenas un instante y apartó la mano de nuevo, aunque esta vez se tumbó a mi lado y deslizó sus dedos por mi brazo. Estaba segura de que aquella noche me habría besado, pero él no quería que pudiera arrepentirme de nada. Cansada de que el uno decidiera por el otro, me acerqué con lentitud hasta rozar su nariz con la mía. Notaba que el pulso se me aceleraba, pero esta vez no tenía miedo. Ambos habíamos estado decidiendo por el otro qué era lo mejor, y ahora era evidente. Alzó la barbilla lo suficiente para besar mis labios. Pronto la ropa dejó de cubrirnos la piel y nuestros cuerpos se fundieron en uno solo.

Su preocupación ahora yacía en si iba a arrepentirme en lo que había pasado entre nosotros. Su mano me recorría el cuerpo desnudo mientras le miraba con la barbilla apoyada en su pecho. Temía que pudiera perjudicarme el habernos permitido cruzar los límites que tan absurdamente había impuesto, pero en aquel momento sabía que no. Habíamos vivido con el temor de que aquello pasara; él por si podía afectarme de alguna manera, y yo por si le perdía alguna vez. No obstante, de lo único de lo que me podría haber arrepentido jamás era de perderle sin haberme permitido ser feliz a su lado. Había perdido mucho por el camino para conseguir la dicha, incluso mi vida se había visto en peligro por ello, pero ahora no iba a consentir que nadie me arrebatara aquel bienestar que había logrado.
—Podría pasarme días enteros entre tus brazos.
—Ten cuidado con lo que dices —murmuró con una sonrisa, besándome la frente.
Los besos iban y venían, al igual que nuestras manos por nuestra piel, mientras el sueño se apoderaba de ambos. Al final tendría que admitirle a Nahim que tenía razón, que debería haber hablado con él antes, pero en aquel momento no me apetecía pensar en aquello. Tan solo quería disfrutar de ese instante en que nada más importaba, tan sólo él y yo.



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jueves, abril 21, 2016

Sangre


Tenía las piernas completamente adormecidas al despertar y Enthelion acababa de incorporarse. Tenía mejor aspecto que el día anterior, y cuando terminamos de desperezarnos pusimos rumbo a Darnassus a lomos de Do'anar. Sus manos se aferraban con firmeza alrededor de mi cintura, y llegando al puerto de Auberdine escuchamos a Shakiziel a través de la runa. Estaba en la ciudad, curando a su hermana, así que le propuse a Enthelion hacerla acudir al barracón para que le ayudara a sanar sus heridas.
—No me parece necesario.
No obstante, sabía que la otra opción era hacer reposo, una idea que no le gustaba lo más mínimo. Informé a la sacerdotisa de que más tarde se la requeriría en el barracón, y me sorprendí a mí misma acariciándole la mano a mi compañero con el pulgar. En cuanto aparté la mano, él retiró las suyas. El regreso hacia Rut'theran fue, tras aquello, algo incómodo y la travesía por mar se hizo más larga de lo habitual. Cruzamos el portal en las raíces de Teldrassil y atravesamos la ciudad hasta nuestro destino en el más absoluto silencio, seguidos de la atenta mirada de algunas mujeres que se posaban en Enthelion. Al llegar le busqué algo de ropa de recambio en el armario. Había dejado en él unas cuantas mudas de varias tallas por si en algún momento era necesario, y ahora agradecía aquella decisión que otras veces había considerado estúpida. Le dejé intimidad para que se cambiara, acercándome al borde de la balconada mientras observaba la ciudad, y avisé a Shakiziel de que ya nos encontrábamos en la ciudad. De repente noté su tacto en mi brazo.
—Se acabaron los sustos, puedes estar tranquila.
Nos sentamos en la cama a la espera de la sacerdotisa. Se acabaron los sustos, había dicho. Aquellas palabras no paraban de repetirse en mi cabeza. Thoribas ya no estaba, ya no tenía porqué tener miedo y las pesadillas eran cada vez menos frecuentes. También había vuelto a poder bañarme sin sobresaltos, aunque a veces una extraña sensación me oprimía el pecho y necesitaba salir del agua cuanto antes. En cuanto Shakiziel atravesó el puente, aparté la mano de la nuca de Enthelion y me hice a un lado. Observé con atención, con recelo. No es que no confiara en sus habilidades, pero ellos ya se conocían anteriormente y algo de eso no me gustaba. Prefería mantenerla lejos de él.
—Muchas gracias por tu ayuda, Shakiziel.
—De nada.
El cansancio era notorio en su voz y se marchó. Estaba notablemente alterada tras discutir con su hermana, pero ni Enthelion ni yo quisimos inmiscuirnos. Tras asegurarme de que se encontraba mejor, dejé a mi compañero descansar. También estaba algo alterada y necesitaba reflexionar. Entre ellos ni pasaba ni había pasado nada, por lo que no debía sentir celos, si eso era lo que sentía. Además, tampoco había visto al kaldorei comportarse con nadie más del mismo modo que se comportaba conmigo. En cierta manera aquello me aliviaba, pero también lograba confundirme. Lejos de tener un día tranquilo, Jedern se había pasado casi toda la tarde acosándome, llegando a acorralarme contra el tronco de un árbol hasta que se acercó una centinela. Si no quería sufrir consecuencias, debía dejarme tranquila. Pensé que me había deshecho de él hasta que me sorprendió en casa. Me tapó la boca para que fuera incapaz de alertar a nadie e intentó inmovilizarme, pero afortunadamente Deliantha se había acercado para traerme a Ash'andu. Después de obligarle a marcharse y comprobar que estaba bien, la mujer se quedó conmigo.

Una vez la Dama Blanca se alzaba imponente sobre el cielo nocturno y hube terminado de cenar, ya a solas, me acerqué al barracón, llevándole a mi compañero algo de kimchi que había preparado. Se sentó en la cama y casi devoró el plato. No sabría decir si carecía de papilas gustativas o, definitivamente, no era tan mala cocinera. No era algo que se me diera bien. Mi madre veía imposible que algo tan sencillo como aquel plato pudiera salirme mal e insípido, cuando su sabor característico es salado y picante. Cuando acabó, dejó el plato sobre la mesa auxiliar y me miró mientras reposaba la espalda sobre el colchón, con los brazos a modo de almohada.
—Tendremos tranquilidad hasta que se te ocurra volver a Vallefresno solo o aparezca Jedern de nuevo.
—¿Cuánto crees que durará?
Exhalé aire por la nariz profundamente y me volví a incorporar. No quería pensar en ello. Se acabaron los sustos. Ingenuamente le había creído, pero mientras Jedern siguiera cerca eso no sería posible. Deliantha había alertado sobre él y su comportamiento a las centinelas. Mantendrían los ojos abiertos. Aquella conducta era deleznable e impropia en alguien de nuestra raza. Yo en tu lugar me lo cargaría antes de que ocurra alguna desgracia. Puede atacarte en cualquier momento o hacerte a saber qué, me había dicho Deliantha. ¿Qué podía hacer contra él? No confiaba en las centinelas viendo que fallaron en dar caza a Thoribas, estaba segura de que no llegarían a tiempo si Jedern me hacía algo y no quería vivir con miedo. El tacto de Enthelion volvió a calmar mi ser. Iba y venía por mi espalda, acariciando las partes que quedaban al descubierto, deslizándose hacia mi cuello. Bajó con suavidad el tirante para poder acariciarme el hombro, volviendo a ascender después hacia el cuello de nuevo. Se incorporó para masajeármelo, consciente de que aún me dolía por la peculiar noche que habíamos pasado en la Atalaya de Maestra.
—Ambos necesitamos ir con más cuidado a los sitios —comenté cuando retiró la mano, desviando la mirada hacia la ciudad.
Recogí mis cabellos en una trenza y, al tumbarme, noté una punzada de dolor que me obligó a colocarme de costado. La herida me molestaba con aquella armadura de malla ligera que llevaba y, aunque no quise que lo hiciera, Enthelion se levantó a por desinfectante y unas gasas. Me quité la pechera cuando se dirigió al botiquín y me coloqué boca abajo sobre la cama, acercando las sábanas a los costados de mi pecho. Se colocó a mi lado y desinfectó la herida por si acaso, cubriéndola con una gasa limpia que haría que la armadura dejara de rozarme. Después tuve que incorporarme lo necesario para poder pasar unas vendas alrededor de mi torso y sentí que toda la sangre se me acumulaba en las mejillas. Me aseguré de cubrir bien los senos con la sábana y, cuando hubo acabado, me volví a vestir tras el biombo mientras Enthelion procuraba contener una risa.
—Me resulta divertida tu manera de bloquearte en distintas ocasiones.
—Sólo te atreves a reírte de tu superior cuando no lleva el tabardo.
—Sería de idiotas hacerlo de la otra forma —sonrió.
Estuvimos bromeando acerca de ponerme el tabardo y obligarle a desnudarse, a ver si le seguía pareciendo tan divertido el asunto, pero tenía excusas para todo.
—Empiezas a serme previsible —comentó, volviendo a sonreír con la mirada clavada en la mía.
Hundí la mano en sus cabellos mientras reíamos. Estaba perdidamente enamorada de él y había sido una idiota al intentar negarlo o apartarme. Aunque no fuera correspondida, era feliz así. Ni siquiera me preocupaban los rumores que pudiera haber respecto a nosotros, si es que los había, y a él tampoco.
—Ya no estamos solos en la orden.
—Pero ahora estamos solos, Dalria.
Lo estábamos, y era algo que agradecía. Cuando se marchó a darse un baño, me tumbé sobre la cama. Olía a él, y entre el bienestar que sentía en aquel momento y el sobresalto con Jedern, me sumí en un profundo sueño en un abrir y cerrar de ojos.

Oí unos pasos y sentía el corazón acelerado. Las imágenes que había en mi cabeza, confusas y oscuras, se desvanecían a medida que me despertaba. Enthelion se hallaba junto al armario. Quería haberme despertado, pero había estado hablando en sueños y decidió dejarme descansar. No lograba recordar nada. Se tumbó a mi lado y me tomó de la barbilla con suavidad, observando la herida de mi labio que aún a veces escocía. Su mano más tarde se deslizó por mi costado.
—Con cada día que transcurre pareces pasártelo mejor.
—¿Acaso tú no?
—Sí, y lo prefiero a volver a aguantar las discusiones diarias con Thoribas.
Aunque no me permitía pensar en él, ni nombrarle, a veces era imposible. Volvió la mirada hacia el techo mientras me acariciaba el brazo, y tras observar su perfil durante unos instantes cerré los ojos. Estaba relajada, aunque en mi interior no dejaban de azotarme las dudas. ¿Por qué se comportaba de aquella manera conmigo? ¿Por qué resultaba ser tan protector y buscaba mi bienestar mientras estuviera en su mano? Noté la cadena de su muñeca moverse y la acaricié, pero al notar una inscripción en el reverso volvieron a surgirme nuevas preguntas. ¿De quién sería aquel nombre? Debía ser de alguien importante para él si portaba la inscripción oculta contra su piel. ¿Sería de su compañera, seguiría ella con vida de ser así? Me desconcertaba y necesitaba poner la mente en orden, así que marché a dar una vuelta. El aire fresco me iría bien, y no estar con él haría que pensara con más claridad.

Tras tal vez media hora, la voz de Enthelion sonó a través de la runa.
Está aquí, no vengas.
Le ordené que le hiciera ir a la casa del kaldorei que le ayudó con las heridas, la cual ahora estaba vacía. Thoribas había sido mi problema y había dejado que él interfiriera, pero esta vez no sería así. Debía zanjar de una vez el asunto con Jedern y me dirigí al lugar con prisa. Allí me sorprendió mientras recogía un par de cosas que el extraño kaldorei había dejado para nosotros, algo de ropa y comida, y me empujó contra la pared. Intentó darme una bofetada, pero le cogí a tiempo de la muñeca.
—Huele a ti —dijo con asco—. Vamos a mi casa, Dalria, estarás mejor que aquí o que... con ese.
Me pareció oír a Thoribas a través de él, pero sabía que era fruto de mi imaginación. De algún modo ambos druidas me resultaban parecidos. Era evidente cómo iba a acabar aquello y que sólo había una solución, por poco que quisiera efectuarla contra un hermano.
—Está bien, deja que recoja mis cosas y voy contigo.
Me acerqué al armario donde sabía que aquel kaldorei tenía guardada un arma. Con ella en la mano, fingí guardar cosas en una bolsa de cuero mientras dejé que se acercara a mí. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, me volví y clavé la daga en el cuerpo de Jedern ante su sorpresa. Se llevó las manos a la herida, mirándome sin comprender porqué lo había hecho. Retiré la hoja de su cuerpo y di un par de pasos hacia atrás, con las manos temblorosas. Tarde o temprano habría sido su vida o la mía, y no quería llegar a ese punto, no quería volver a temer por mi vida como lo había hecho con Thoribas. Enthelion entró cuando el druida hizo crecer del suelo unas raíces enredaderas que se retorcían alrededor de mis tobillos.
—Maldita zorra... ¡Vas a arrepentirte!
Sesgué su yugular con un rápido gesto cuando alzó su mano para atacarme de nuevo. Poco después su cuerpo cayó inerte contra el suelo. Debía avisar a Deliantha o a las centinelas, pero Enthelion me llevó de vuelta al barracón. Por su mirada, parecía no estar de acuerdo con lo que había hecho.
—Me es imposible ponerme en tu lugar, Dalria, por lo que no te reprocharé nada.
Me lavé las manos de sangre en la tinaja y me humedecí el rostro. Aún notaba mi corazón acelerado por lo que acababa de pasar, me costaba mantenerme serena. Enthelion se mantuvo a cierta distancia y me preguntó si estaba bien. Lo estaría, pronto lo estaría. En apenas unos días nos habíamos deshecho de Thoribas y de Jedern y ahora podría volver a respirar en paz, a vivir de nuevo sin preocupaciones de quién vendría a por mí y qué me haría.
—Lamento haberte incomodado antes.
Me volví hacia él y le miré, pero él tenía la vista clavada en la ciudad.
—No me has incomodado, pero he recordado algunas cosas y creí conveniente tomar el aire. No tiene nada que ver contigo.
—Para otra vez, mantenme en mi sitio.
Se fue al otro lado de la estancia, junto al armario, mientras me sentaba en la cama. Me pidió que, si estaba cerca de pasar la raya, le advirtiera. Sabía que eso era tal vez lo mejor para ambos, pero una parte de mí quería que la cruzara. Si sentía lo mismo que yo por él, deseaba que lo hiciera... al menos cuando estuviera preparada.
—El otro día dijiste que no querías que hubiera "demasiada" confianza, Dalria. Si cruzas la raya, acaba siendo borrosa.
—Conozco los límites y la cosa cambia cuando ocupo mi cargo.
—¿Estas segura? —clavó la mirada en la mía.
Le dije que lo estaba, pero lo cierto era que no. Él era una prioridad para mí y sabía que le antepondría a otras cosas más importantes. Se sentó finalmente en la cama, de espaldas a mí, e insistió en que me quedara allí a dormir, que él marcharía en breves. No obstante, consideré que era mejor regresar a casa, con Ash'andu, y despejar mi mente tras avisar a Deliantha de lo sucedido.
—Buena luna, Dath'anar.
—Buena luna, Dalria.
Quería mantener las distancias con él por miedo a que pudiera hacerme daño, a que no fuera él el que debiera compartir junto a mí el resto de sus siglos, a poder perderle. ¿Hacía bien en no sincerarme, en decidir también por él? No lo sabía, pero la respuesta no acudiría a mí de inmediato, sino con el tiempo.


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viernes, marzo 25, 2016

Presentimientos


Las horas pasaban lentas aquel día. Le había pedido a Deliantha que pasara la mañana conmigo tras desayunar juntas en su casa, donde Ash'andu disfrutaba de una larga siesta en la cama de la kaldorei. Tras ello nos dirigimos a la zona de entrenamiento pese a que insistía en que debía recuperarme por completo de mis heridas antes. Era consciente de que tenía razón, pero consideraba que había pasado demasiado tiempo descansando.
—Si eso es lo que quieres, ven conmigo.
Me guió hacia la salida de la ciudad, llevando cada una nuestras armas. Seguimos el sendero hasta que se adentró en el bosque en dirección norte. En un momento de despiste la perdí de vista. No escuchaba sus pasos, todo el ruido que había era el que la naturaleza producía. Avancé con prudencia en la dirección en que la elfa se había dirigido, preparando una flecha contra el arco que apuntaba hacia el suelo. Si bien ella no era un peligro, sabía bien en qué parte estaba. Además de la fauna salvaje del lugar también había arpías. Se decía que aquellas criaturas fueron kaldorei castigadas por haber traicionado a la Reina Azshara, aunque el líder enano aseguraba que eran descendientes de Aviana, una de los ancestros de mi pueblo. Fuera como fuese, eran seres peligrosos con los que había que tener cuidado y estar preparado.
Algo llamó mi atención. Mis oídos percibieron algo y escuché a mi alrededor. El sonido de las aves, el agua corriendo en un río cercano, las pisadas de un conejo a pocos metros de mí, el aleteo de una libélula... Todo parecía estar dentro de lo normal, tal vez mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Seguí avanzando con precaución y, aunque estaba segura de pisar sobre seguro, tropecé con algo. Caí al suelo y perdí la flecha, aunque no el arco, y lo interpuse entre Deliantha y yo cuando se abalanzó sobre mí. Empuñaba el arma en su vaina para no hacer heridas y lo había detenido justo a tiempo. Intenté quitármela de encima empujándola con una pierna, pero tal era el dolor que no pude. Con un rápido gesto me quitó el arco de las manos y lo tiró a unos metros de distancia, inmovilizándome y colocando la vaina sobre mi cuello.
—Primero recupérate, después entrena.
Se puso en pie y me tendió la mano para ayudarme a levantar, la cual acepté. Colgó la vaina en la parte trasera de su cinturón y yo volví a por mi arco y flecha. Regresamos sin percances hacia la zona de entrenamiento de Darnassus junto a ella. Su habilidad con el arco era impresionante, pero jamás la había visto entrenar cuerpo a cuerpo. Tenía más fuerza que yo y sin duda estaba mejor entrenada, ya que siempre había evitado el combate cuerpo a cuerpo. Aquello me hizo preguntarme porqué el Templo me había elegido a mí, y no a ella. Sus superiores hablaban bien de ella, pero también decían que era demasiado impredecible. ¿Acaso yo lo era y por eso Thoribas me había utilizado? Tal vez, pero Thoribas creía ser mejor que nadie y eso le había hecho acabar a un par de metros bajo tierra, sin vida.

Por la tarde hablé brevemente con Enthelion. Sus heridas ya estaban mucho mejor, por lo que partiría a Vallefresno. Pese a los resultados de aquella mañana con Deliantha me ofrecí a acompañarle, pero se negó.
—No voy a hacerte ir, no mientras estés herida.
Acepté de mala gana. Tenía razón, y aunque era yo quien tomaba las decisiones debía usar el sentido común. Antes de conocerle habría ido sin importar mi estado, no lo habría tenido en cuenta, pero ahora era distinto. Ambos velábamos por el bienestar del otro, nos preocupábamos. Si iba tal y como estaba y había problemas, no me habría podido defender por mí misma como debería y habría necesitado su ayuda, poniéndonos a ambos en peligro. No quería que eso ocurriera, que pudiera correr peligro por mi insensatez. Le vi partir y no pude sino desearle suerte, aunque habría deseado poder rodearle con los brazos. Marché hacia el Templo y allí recé, frente a la estatua de Haidene, por el bienestar del centinela. Antes de meterme en mi cama aquella noche, me acerqué a la pequeña balconada. La luz de la luna llena se reflejaba en el lago de la ciudad. Alcé la mirada y allí estaba ella, la Dama Blanca, radiante junto a la Niña Azul, la otra y más pequeña de las dos lunas que surcaban el cielo de Azeroth. Recé a Elune una vez más para que el viento soplara a favor del barco que llevaba a mi compañero hacia Costa Oscura, que no hubiera contratiempos en el camino que le separaba de la Atalaya de Maestra y que no se topara con ninguna sorpresa una vez allí.

No podía dormir. Era una simple misión de reconocimiento, sólo recolectar información sobre el número de tropas orcas y su localización, nada más. No tenía porqué tener problemas, pero aun así tenía un presentimiento, una sensación que me oprimía el pecho. ¿Y si se acercaba demasiado y le descubrían? ¿Y sí caía en algún tipo de trampa? Iba completamente solo y no estaba exento de riesgos. Di varias vueltas en la cama hasta que me incorporé y cogí el próximo barco que zarpaba de Rut'theran. De camino a Vallefresno a lomos de Do'anar tomé la runa.
¿Va todo bien?
S-sí... —tardó en contestar—. Tan solo ha sido un rasguño. He subestimado a su líder, pero está todo bajo control.
Por supuesto, te han herido pero está bajo control.
Insistió en que no debía preocuparme, pero yo misma en las criptas en las que Thoribas me había encerrado le había dicho que todo estaba bajo control cuando no era así. Por ello espoleé a mi sable, indicándole que se diera prisa. Su silencio me ponía nerviosa, no sabía si le había pasado algo más o si estaba bien.
¿Qué te ronda la cabeza?
Estoy llegando, ¿dónde estás? —pregunté, cerca de la Atalaya de Maestra.
Se encontraba en lo que quedaba de la Avanzada Ala de Plata, junto al río Falfarren. Mi gente había tenido que retirarse de la avanzada con anterioridad. El número de orcos era mucho mayor que el nuestro y se habían visto obligados a retroceder hasta Astranaar, otra aldea que habíamos perdido a manos del enemigo. Cuando estaba llegando, le contemplé mirando al río. Desmonté y me acerqué a él, quien al oír a alguien tras de sí desenvainó el arma.
—Baja el arma.
Volvió a envainarla. Estaba ensangrentado de cintura para abajo, dos cortes en su pechera y a saber qué marcas tendría bajo la armadura. Era evidente que nuestra idea de tener todo bajo control no era la misma. Acerqué las riendas de Do'anar para que montara, pues cojeaba al caminar y no iba a permitir que recorriera así el camino hasta Auberdine. Al percibir que el cuerpo entero le dolía, le pedí que me mostrara sus heridas. Le ayudé a deshacerse del tabardo y la pechera. Todo él estaba lleno de sangre y perdía demasiada. Una vez con el pecho al descubierto, varios hematomas y cortes surcaban su piel. Le habían golpeado con fuerza con un escudo cubierto de púas.
—¡Por Elune!
Me extrañaba que se tuviera en pie y erguido. Debíamos regresar cuanto antes y tratar sus heridas. Perdía demasiada sangre y no llevaba nada conmigo que pudiera serle de ayuda, ni tampoco tenía conocimiento alguno para poder ayudarle. Oí el graznido de un cuervo cerca de nosotros y no le presté la más mínima atención mientras pensaba en cómo ayudar a Enthelion, hasta que el ave empezó a tomar forma humanoide. Ante nosotros teníamos a una kaldorei de piel rosada y cabellos azulados, con tatuajes faciales rojizos que atravesaban su rostro verticalmente.
—Qué oportuna —murmuró mi compañero, quien me dijo que no la conocía mediante la runa de comunicación cuando le pregunté.
—Seguro que la espada orca estaba oxidada —comentó.
Enthelion se apoyó en mí, mareado, y le sostuve para que se mantuviera en pie como deseaba. La druida se acercó al kaldorei y posó una mano sobre el gran corte que tenía en el costado. Como por arte de magia, el corte parecía cerrarse con el paso de la mano de la mujer. La magia de la naturaleza aceleraría su curación, aunque no lo lograba en el acto. Había hecho que dejara de sangrar, pero habría que desinfectar de todos modos la herida y atenderla debidamente. Aun así, el escozor que el elfo había sentido había sido tan intenso como para notar su mano aferrándose a mí para aguantarlo. Cuando hubo acabado, se separó de mí y se acercó a la orilla, tumbándose, mientras la mujer se dedicaba a coger algunas plantas que minutos más tarde mezclaría. Me acerqué a Enthelion y me arrodillé a su lado, observándole. Le daría unos minutos para que se recuperase aunque fuera un poco, pero debíamos regresar y él debía descansar debidamente. Era hora de que cuidara de él. Antes de irnos, la kaldorei me dio una pequeña bolsa de cuero con diversos objetos en su interior y me proporcionó instrucciones. En cuanto Enthelion y yo montamos sobre Do'anar, puse rumbo a Auberdine. Debíamos llegar cuanto antes, así que me aseguré de que se cogía fuerte a mi cintura y espoleé a mi sable con los talones.

Habíamos llegado a la Atalaya de Maestra cuando me pidió que me detuviera y tiré de inmediato de las riendas. Enthelion tenía la cabeza apoyada contra mi espalda. Estaba mareado y necesitaba descansar. Aunque no me gustaba la idea de quedarnos allí, lo hicimos. No había más remedio. Le ayudé a desmontar y pasé uno de sus brazos por encima de mis hombros, dejando que apoyara su peso en mí. Al ver su estado nos dejaron pasar sin demora al interior del edificio principal, donde ayudé a mi compañero a sentarse y apoyar la espalda contra la pared. Su mirada estaba clavada en mí, pero debía usar lo que la druida me había proporcionado para cuidar sus heridas cuanto antes. Tal y como me había indicado, empapé las heridas con el líquido que había hecho con las plantas. Un gruñido escapó de su garganta.
—He salido de ocasiones peores, no exageres —murmuró.
—Eres consciente de que tú te lo dices todo, ¿no?
Fingí una pequeña sonrisa cuando le miré al contestarle, pero debía terminar con aquello cuanto antes. Seguí impregnando las heridas con sumo cuidado con aquel líquido natural, cubriéndolo luego de las hojas que había en el saquito de cuero para luego vendarle. Aquella noche la pasaríamos allí, pero al día siguiente montaría conmigo de vuelta a la ciudad aunque él no lo viera tan claro.
—¿Cuántos eran? —me senté a su lado tras quitarme guantes y hombreras, acomodándome contra la pared.
—Al principio los abatí uno a uno, a los rezagados. Su líder tenía dos dedos de frente y me tendió una trampa, logré huir pero no me dio tregua. Estuvo buscándome.
Se apoyó contra mi hombro y le pasé el brazo por encima de los suyos, dejando que se acomodara. Tenía que haberle acompañado, pero seguía insistiendo en que no había sido para tanto. Hablamos un poco y nos distrajimos el uno al otro, hasta que volvía a dejarme la mente en blanco. Recorrió mi cuello con la yema del dedo índice, pasándola suavemente por mi piel mientras su mirada permanecía clavada en mis ojos. Se la devolví, y hubo algo en ellos que me llamó la atención a la par que preocupó.
—Me había parecido ver un tono verdoso en tus ojos.
No le dio importancia y dirigió su mirada hacia mi cuello mientras su dedo iba y venía. Sin embargo, si lo que había visto no había sido el reflejo de nada, era algo que me preocupaba... aunque sus caricias hicieron que pronto me olvidara de eso y de todo lo demás. Me estaba malacostumbrando a ellas. Me gustaban y no dudaba en proporcionármelas. Pronto se acercó a mí, apoyando la mejilla sobre mi clavícula, y noté mi pulso acelerándose. Él debía haberlo notado también, pues deslizó el rostro en dirección ascendente, hacia mi cuello, hasta que arqueó la espalda con un gesto de incomodidad. Gracias a Elune aquello hizo que volviera a colocarse con la espalda contra la pared, pero no dudó en acercarme a él para apoyarme en su hombro. Fueron varios minutos los que así permanecimos, en silencio, relajados. No sé qué pasaría por su cabeza, pero en la mía sólo había paz. Noté su respiración más profunda y su mano sobre mi muslo. Estaba quedándose dormido y yo no tardaría mucho en hacerlo. Me había llevado un buen susto al ver sus heridas. De no haber acudido o de no haberle ayudado aquella kaldorei... Sólo Elune sabía lo que podría haber ocurrido, pero lo importante es que estaba bien, estaba a salvo y seguía a mi lado.


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miércoles, octubre 21, 2015

Torbellino interior



Dormí hasta las primeras horas de la tarde. Llevaba mucho sueño acumulado y Enthelion no había abandonado mi cabeza en ningún momento. No podía sacarle de mi mente, aunque tampoco deseaba hacerlo. Era una especie de bálsamo para mis heridas internas, aquellas que más tardarían en sanar. Todas mis preocupaciones parecían desaparecer con él. Sabiendo que me lo encontraría en la charca o que aparecería por allí, dispuse algo de ropa seca para cambiarme. Le encontré dándose un baño y, al igual que había hecho yo, había decidido ponerse ropa cómoda para ello. De ese modo podíamos hablar y relajarnos sin vergüenzas ni desnudez de por medio. Había dormido como un bebé y él era el responsable. No porque apareciera en mis sueños, sino por las caricias que la noche anterior me había proporcionado. El ambiente era relajado, calmado... tranquilizador. Eran sensaciones que parecía haber olvidado hasta aquel momento hablando y bromeando con él. Lograba hacerme reír y confundirme a la par, igual que conseguía que me pusiera nerviosa y sintiera un hormigueo en el estómago. Nahim me había descrito aquella sensación tiempo atrás. Era lo que había sentido por aquel humano suyo; amor. Pero, ¿de verdad estaba cayendo en sus fauces? Poco tardó en hacerme volver de mi nube particular y borrar la sonrisa de mis labios.
—¿Ha vuelto a aparecer Jedern?
Resoplé. Aquel hombre era tan bueno trayéndome la paz como arrebatándomela. Aunque no había vuelto a saber más de aquel druida, Enthelion estaba seguro de que no tardaríamos en volver a verle. Se estiró sobre la hierba y le seguí con la mirada. Cruzó los brazos bajo la cabeza y me miró.
—¿Qué desearías de saber que tu vida está a punto de expirar?
—Nunca he tenido antojos ni caprichos —contestó tras unos segundos—. Deseo demasiadas cosas, me temo.
Le insté a explayarse. Deseaba conocer sus inquietudes, sus deseos, todo aquello que pasaba por su mente a lo largo del día. Me sorprendió saber que deseaba lo mismo que yo. Recuperar Vallefresno, la aniquilación de la raza orca, recuperar todo cuanto habíamos perdido, incluso nuestra cultura. Pero, lo que más me sorprendió, fue que entre sus deseos se encontrara mi tranquilidad. Aquello me mantuvo pensativa cuando se marchó. Admití para mis adentros sentir algo por él, algo más que la amistad y el compañerismo que manteníamos. ¿Sería igual para él?

Volví a encontrarle en el barracón. No era algo que me pillara por sorpresa, sino que sabía que era donde le iba a encontrar. Buscaba su compañía y seguro que él se había percatado de ello. Llevaba puesta ropa de cuero negra que se amoldaba a las formas de su cuerpo, realzando sus hombros. Su espalda ancha me hacía sentir protegida con él, y tal vez fuera aquello lo que me gustaba de contar con su presencia. Estaba sentado en la cama, con la espalda apoyada en el cabezal. Me sonrió y me hizo hueco, pero rechacé su oferta, sentándome en el banco cercano al lecho.
—¿Qué ocurre, Dalria?
Su voz sonó tras unos minutos de silencio en los que nos habíamos mantenido la mirada, hasta que la aparté. Era una clara distracción para mí, una muy fuerte, y tenía un objetivo que cumplir una vez me recuperara. Además, no me podía dejar llevar por mis sentimientos, no sabiendo lo que conllevaba. Aunque le dije que no era nada y que estuviera tranquilo, no se dio por vencido.
—Estoy tranquilo, la cuestión es si lo estás tú.
—Simplemente me siento incómoda cuando te me quedas mirando —mentí.
Debió parecerle divertido, pues ensanchó la sonrisa. Acto seguido me tentó a acompañarle en la comodidad de la cama entre bromas, con la cabeza apoyada contra la pared y los ojos cerrados. Era como si supiera qué quería y me invitara a dejarme llevar, como si leyera mi mente y me empujara a hacer lo que deseaba... y lo consiguió. Me tumbé a su lado, boca arriba mientras miraba a la nada que era el techo. Noté su mirada sobre mí y me dio un suave toque en el hombro.
—Mira, es Jedern.
Al oír unos pasos, me incorporé sobresaltada. Sin embargo, no era más que una centinela haciendo su ronda por la ciudad. Me volví hacia Enthelion y arrugó la nariz.
—¿Te lo pasas bien?
—Lo justo.
Volví a tumbarme, pero ya estaba alerta. Le gustaba observar mis reacciones y se divertía con ello, pero por mucho que me quejara era algo que le agradecía. No sólo lograba despejar mi mente, sino hacerme reír. Noté esta vez su dedo deslizándose desde mi hombro hacia mi cuello, acariciando mi piel mientras dibujaba formas tras mi oreja. Dalria, ¿qué estás haciendo? Deberías ser más fuerte y evitar estas tonterías, pensé. Cerré los ojos, dejándome llevar mientras las yemas de sus dedos se dirigían hacia el costado de mi cuerpo, ante lo que sonreí.
—Empiezas a conocerme.
—¿Temes que lo haga?
Asentí. Tras lo acontecido con Thoribas no deseaba acercarme más de la cuenta a nadie ni que me conocieran tanto como lo había hecho él, y Enthelion me conocía mucho mejor de lo que el druida había logrado. Cuando me senté a su lado, me frotó la espalda hasta convertirlo en una caricia. Finalmente le hice quitarse la pechera y que se tumbara boca abajo. Le masajeé la espalda, sentada a su lado en el borde de la cama. De ese modo podía estar con él y pensar sin verme distraída por sus miradas. Además, debido al druida ambos habíamos estado bajo mucha tensión. No era justo que él velara por mi tranquilidad y bienestar, debía ser algo mutuo. Si aquello le ayudaba a relajarse y a mí a aclarar mis ideas, era algo que no iba a desaprovechar... ni tampoco las vistas, pero no lograba concentrarme. Cuando terminé de masajear su espalda y nuca, dejé que se pusiera de nuevo la parte superior antes de despedirme de él. Fuera del barracón llovía a mares y quiso que me quedara, pero rechacé su invitación y partí hacia mi casa.
Una vez allí y tras haberme secado y cambiado, me tumbé en la cama. ¿Qué te pasa? Actúas como una cría, me sermoneé a mí misma. Sí, quería a ese hombre, pero temía volver a dejar que alguien se acercara tanto a mí como había pasado con Thoribas. Temía volver a pasar por un dolor similar. El druida había sido un compañero, un amigo, alguien en quien confiaba. Si algo similar me sucedía con alguien por quien sentía lo que sentía por Enthelion, me destrozaría. Sin embargo, no estaba segura de poder seguir evitándolo. No a él, pues no podía, sino mis sentimientos. Si antes había tenido mis dudas o no había querido verlo, ahora estaba claro. Quería a ese hombre. Debía conformarme con ser su compañera en las luchas que nos quedaban por librar. Nuestros bosques, nuestras tierras y nuestro legado eran algo mucho más importante que él o que yo. Esas batallas que aún estaban por venir debían ser mi prioridad, pero mi corazón me dictaba lo contrario.
Kene'thil surfas, Enthelion —murmuré.


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viernes, abril 10, 2015

Un nuevo amanecer


Creí que, al acabar aquel tortuoso capítulo de mi vida, podría volver a dormir. No sabía cuan equivocada estaba. Iba a tardar en recuperarme de todo aquello por lo que Thoribas me había hecho pasar más de lo que esperaba. Había permitido que hiciera conmigo cuanto quisiera, pero no iba a permitir que tras su muerte siguiera atormentándome. Era hora de dejar atrás todo aquello y mirar hacia adelante, de seguir con mi trabajo y mi vida. Enthelion me había ido a ver a la posada a la mañana siguiente del suceso. Descansaría en casa de mi hermana, la cual mi madre iba a cederme en las próximas horas creyendo que necesitaba intimidad con mi compañero. Iba a agradecer la paz de la que dispondría durante unos días, o eso creía. Poco después de que Enthelion partiera hacia Auberdine, una mensajera llegó con una carta de mi hermana. Estaba bien, al igual que sus dos hijas, y tal vez se pasaría por la ciudad. No solo me había deshecho de Thoribas, sino que ahora era tía de dos mellizas semielfas, fruto de la breve y apasionada relación que mi hermana había tenido con un humano al que abandonara tras cansarse de él. Por si fuera poco teníamos una nueva recluta a quien iba a entrevistar aquella misma tarde. Parecía que la suerte empezaba a sonreírme de una vez por todas, que Elune había oído mis rezos. Pero acostumbrada a estos breves coletazos de buena suerte, ¿cuánto iba a durar este y qué vendría después?
Había citado a la recluta frente al Templo de la Luna. Se trataba de una de sus sacerdotisas llamada Shakiziel. Era alta, de cabellos morados, ojos plateados y tatuajes faciales rojizos simulando la herida de dos garras que iban desde la frente casi hasta la comisura de los labios. Enthelion, que estaba al tanto de lo que ocurría y había vuelto a la ciudad por asuntos personales, se acercó. Shakiziel había formado parte de la Orden del Alba de Plata y tenía experiencia militar, por lo que nos sería de gran utilidad en caso de necesitarla. Cuando llegó mi compañero y les fui a presentar, ya se conocían, por lo que Enthelion tiró de las riendas del sable sobre el que iba montado y se marchó. Aquella reacción no me gustó nada, por lo que en cuanto hube finalizado el ingreso de la sacerdotisa busqué al kaldorei.
—Es hermana de la kaldorei que coincidió conmigo en Dun Morogh —me comentó cuando le pregunté de qué la conocía—. ¿Recuerdas cuando te conté que había una posible traición por parte de una humana en Vallefresno?
—Es posible —mentí. Lo cierto era que no me sonaba aquello, pero era probable que lo hubiera olvidado.
—Fue quien me puso al corriente. Puedes hablarlo con ella, creo que conoce todos los detalles. Estate quieta —ordenó a su sable, quien quería ponerse en marcha cuanto antes—. Tiene carácter, elegiste bien.
—La veo algo tozuda, tal vez —acaricié al animal.
—Sí, por eso te gustó tanto, ¿no? —sonrió—. A tu imagen y semejanza.
Seguimos discutiendo entre risas a quién se parecía más su sable y, sin llegar a ponernos de acuerdo, nos dirigimos a la charca de la ciudad para que su montura se refrescara. Les observé en silencio acercarse a la orilla mientras me sentaba con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol cercano. Aunque él quería que me acercara o incluso me diera algún baño, no comprendía que no le temía al agua. Lo que no deseaba era que aquellos horribles recuerdos azotaran con fuerza mi mente hasta el punto en que el aire me faltaba.
—¿No puedes borrártelo de la cabeza? —preguntó tras quitarse las hombreras y dejarlas a mi lado.
Borrarlo de la cabeza... Era sencillo pronunciar aquellas palabras, pero por más que deseaba que se hicieran realidad seguían aguardando en mi interior.
—Será cuestión de tiempo.
—¿Pero cuánto? —me miró con preocupación.
—No es algo que pueda decidir yo.
—Lo tengo en cuenta, Dalria, lo tengo en cuenta —suspiró—. ¿Vas a actuar siempre con la misma... prudencia? Lo digo por acompañarte de una legión de centinelas.
De nuevo ahí estaba para recordarme que había cometido un grave error, un error que me podía haber costado la vida. No se refería únicamente a lo ocurrido a Karazhan, sino también a lo de la noche anterior. Sabía que hacer de cebo no era una opción para él, pero era la mejor que teníamos; la única. Hastiada de volver a tener aquella discusión que no llevaba a ninguna parte, decidí regresar al barracón.

En mi camino hacia nuestra base en la capital kaldorei me pasé a ver la tumba en la que habían enterrado a Thoribas. Me arrodillé frente a ella, sin importar que la tierra movida recientemente me ensuciara los pantalones. Pensé en los buenos momentos con él, momentos en los que creí que tal vez él podría ser el indicado para compartir el resto de nuestros siglos a mi lado. 
—Sé que en el fondo no eras cruel... o eso sigo diciéndome a mí misma —murmuré.
Me sentía mejor conmigo misma creyendo que en el fondo seguía siendo una buena persona, que algo o alguien había corrompido su ser hasta convertirlo en aquel ser frío y vengativo. Sabía que era una mentira, ¿pero qué mal podía hacer si mi alma quedaba aliviada de aquel modo? Había sido alguien muy importante para mí, alguien que había marcado un antes y un después en mi vida. Tras todo por cuanto me había hecho pasar, creí que al deshacerme de él me liberaría del miedo, que tendría cosas por hacer y en las que centrarme. Lo único que quedaba pendiente era informar al Templo de la Luna de lo sucedido.
—Espero que Elune te haya acogido en su seno y tu alma descanse en paz. Hasta siempre.
Me levanté tras despedirme por vez última de Thoribas. No iba a permitirme pensar en él, del mismo modo en que no me permitía pensar en mi hijo. Observé la tumba del druida durante unos instantes antes de poner rumbo al enorme edificio que era el Templo y busqué a alguien con quien hablar. En cuanto la kaldorei al mando se presentó ante mí, le expliqué lo sucedido y cómo Enthelion había puesto fin a la vida de aquel hombre que se había convertido en una pesadilla para mí.
—Tendríais que habérselo dejado a las autoridades en lugar de haberlo hecho por vuestra cuenta.
—¿Para qué, para que cuando actuaseis ya fuera demasiado tarde? Había centinelas vigilando cada entrada y salida de la ciudad e incluso los cielos. Dejé la seguridad en manos de las autoridades y mirad de lo que ha servido.
La mujer quiso reprocharme mis palabras, pero sabía que tenía razón. Thoribas había burlado la seguridad de la ciudad aun cuando Enthelion había apostado vigilantes cerca del barracón. Apretó los labios y dio por zanjado el asunto, por lo que me retiré, esta vez hacia la base.

Mis heridas seguían curando y escocían una barbaridad cuando cualquier tela rozaba mi piel. Llevar una toga, por cómoda y abierta que fuera —ya que dejaba al descubierto los costados de mi cuerpo desde la axila hasta la rodilla— no era la mejor elección para dormir. Enthelion llegó cuando estaba buscando en el armario algo para calmar el escozor y que las desinfectara, sólo por si acaso. Me ayudó a tratar las lesiones y a vendarlas para luego sentarse conmigo en la cama. Apoyé la espalda contra el cabezal, flexionando una pierna sobre la cama.
—Para aprovechar el rato podrías contarme algo, ¿no? —me miró con una sonrisa. Aunque los silencios eran algo normal entre nosotros, seguían siendo incómodos—. Podrías contarme más detalladamente lo sucedido en Dun Morogh, por ejemplo.
—No hay mucho que contar —tomó mi pierna con suavidad, estirándola sobre las suyas—. Me dieron el búnker más aburrido para vigilar. Vamos, pregunta.
Aquel no era mi día, pues pregunté si le quedaba familia. Debí suponer que su respuesta sería negativa. Enthelion era alguien que se mantenía cerca de los suyos y protegía a quienes quería. De haber tenido familia aún viva, ya me habría enterado. Le hice un par de preguntas más sin importancia y, de nuevo, el silencio. Sin embargo, ahora no me importaba interrumpirlo. Acariciaba con suavidad el empeine de mi pie, haciendo extrañas formas en la piel. Aquello me relajó de forma inimaginable. Subió lentamente hasta mi tobillo y se paró en una cicatriz que tenía. Al preguntar por ella, recordé cómo me la había hecho al caerme de un árbol tras subirme a una rama que no aguantaba mi peso. Nahim me echó bronca, al igual que mi madre, pero mi padre simplemente se rió. Inspiré hondo y me relajé, dejándome llevar por sus caricias que avanzaban con lentitud por la parte anterior de mi pierna. No apartaba la mirada de mí, y yo no pude evitar mantenérsela.
—¿Sucede algo? —pregunté con curiosidad.
—Eres tú la que se ha quedado ensimismada —sonrió.
—Y tú el que se ha quedado mirando.
—¿Se puede?
Aparté rápidamente la pierna de Enthelion al oír aquella voz. Se trataba del kaldorei que había cosido a mi compañero hacía unos días. Nos había traído algo de fruta antes de abandonar la ciudad, al parecer durante un largo tiempo. Susurró algo a Enthelion que no alcancé a oír, me acercó una manzana y finalmente se despidió de ambos. Froté la pieza de fruta contra la tela de mi vestido antes de darle un mordisco.
—¿Qué te ha dicho? —quise saber.
—Que no me deje coser por ti.
Volvió a hundir la mano bajo mis faldas para acariciarme la pierna, deteniéndose por unos instantes en la corva. Nos quedamos en silencio de nuevo mientras me acababa la manzana, y luego decidió proseguir las caricias por la parte lateral de mi muslo. Aunque aquello me relajaba, también me excitaba. Una parte de mí quería decirle que se detuviera en aquel instante, pero una parte aún mayor quería que siguiera avanzando hasta abandonarme a él. Debía mantenerme serena y poner unos límites. No podía dejar que cometiéramos ningún error, porque creía estar segura de que no se negaría si me entregaba a él.
—Duerme un poco, te irá bien.
Me clavó la mirada y percibí que apretaba la mandíbula. Me levanté y le dejé el antiséptico en la mesa auxiliar que había al lado de la cama. Tras revolverle el pelo, me dirigí hacia mi casa. ¿Qué había sido aquello? ¿Tal vez curiosidad, deseo... qué? Si Thoribas había sido un misterio para mí, Enthelion a veces era uno aún mayor. Sin embargo estaba segura con él y lograba hacer que me olvidara de todo, aunque fuera por un breve instante. Caminando hacia mi hogar, los primeros rayos de sol se colaban por las ramas de los árboles situados en la copa de Teldrassil.