jueves, abril 28, 2016

Éxtasis


Deliantha se había vuelto a hacer cargo de todo, pero el Templo le había dado una nota para mí. En ella me exigían no volver a tomarme la justicia por mi mano y a esperar a que ellas se encargaran de todo. Vi la firma y me di cuenta de que se trataba de la misma mujer que me había atendido la última vez, cuando fui a informar de la muerte de Thoribas. Raene parecía no querer entender que había tenido que actuar porque ellas no habían cumplido con su parte. Decían tenerlo todo vigilado y que mi vida no correría peligro, pero no había sido así.
—No le des más vueltas, hermana, no servirá de nada.
Observé a la kaldorei, sentada en el suelo junto a Ash'andu, y no tuve más remedio que asentir. Estaba en lo cierto. Pensar más en ello no cambiaría las cosas y el presente era el que era. Había decidido no permitirme acercarme a Enthelion como hasta ahora, pero no sabía cuánto podría cumplir con ello. Cuando regresé al barracón a por un par de cosas, era como si pudiera atravesarme con la mirada y saber mis intenciones.
—Eres tú quien debe mostrarme la raya, Dalria.
—Creí que estaba clara; nada personal.
Me observaba sentado al borde de la cama, pero se levantó y se marchó en silencio, sin pronunciar palabra alguna. Estaba hecha un completo lío. No quería cruzar la raya para evitar ser herida, pero al mismo tiempo quería hacerlo y quería descubrir sus intenciones para conmigo. Me cambié y me puse un vestido mucho más cómodo, aprovecharía mi soledad para intentar ordenar mis pensamientos. Tal vez Elune le había puesto en mi camino para caminar juntos el resto de nuestras vidas, o tal vez me estaba volviendo loca. No me dio mucho tiempo a pensar en nada más cuando oí unos pasos acercándose. Esperaba que fuera él, pero para mi sorpresa se trataba de mi hermana.
—Solamente quería ver qué tal estaba todo por aquí. ¿Tu prometido sigue por aquí?
—No tengo nada con él, Nahim.
—Lo vuestro es un secreto a voces, Dalria.
—Únicamente soy su superior, hermana —suspiré. Sabía que por más que le dijera, seguiría creyendo lo que quisiera—. El resto de palabras que pueda llevar consigo el viento se quedan en palabras.
Quería que, como había hecho ella antes con Arcthor, "sentara cabeza" y me casara con él. Teníamos ideas muy distintas de cómo hacer las cosas. Ella se había dejado llevar por lo que la raza humana había traído consigo al unirse nuestro pueblo a la Alianza, se había casado con uno de ellos por el rito humano y parecía haber dejado de lado todo lo que nuestros padres y hermanos nos habían inculcado. Nuestra madre estaba decepcionada, y habría jurado que se negaría a verla si no fuera sangre de su sangre, si no la hubiera llevado dentro de su vientre. En cierta manera también me había decepcionado a mí. Padre siempre pensó que yo era la que más disgustos iba a dar a la familia por mi forma de ser, por estar metiéndome en líos desde que podía caminar... pero jamás de aquella manera.
—¿Qué te ha traído aquí esta vez, hermana? —opté por cambiar de tema ante su insistencia en que hablara con Enthelion.
—Quiero unirme a tu causa.
Revisó el barracón con la mirada tras pronunciar aquellas palabras, alardeando de tener más experiencia en combate que yo. La entrevista no iba a durar mucho más. Conocía bien a mi hermana y tal vez aquella fuera la forma de reconducirla hacia las tradiciones de nuestro pueblo. Le entregué un tabardo y una runa, advirtiéndole que no mencionara nada del tema a Enthelion. Si era verdad que había algún tipo de rumor, él ya estaría enterado y seguramente sería la causa de que pareciera molesto.
Poco rato después de que se marchara Nahim, Enthelion entró en el barracón. Me había cogido desprevenida, leyendo las últimas cartas que mi hermano me había enviado desde a saber dónde. Su relación con nosotras y el resto del mundo se había vuelto distante. Perder a su compañera y a su hijo cuando el Monte Hyjal fue atacado, junto a nuestro padre, había sido un duro golpe para él del que no parecía ser capaz de reponerse. Se había aislado hasta el punto en que mis misivas eran enviadas a un punto, recogidas por alguien y llevadas a él. Aunque había intentado seguir a aquella especie de mensajero, pero me había sido imposible. Recordando a Erion y el dolor por el que había pasado al perder a Freja y a Mathrentar, volví al presente cuando Enthelion me preguntó por las cartas. No quería pasar por algo similar, ni siquiera quería que esa posibilidad existiera. Le aconsejé que no hiciera mucho caso a las palabras de mi hermana, fueran cuales fueran, y decidí alejarme de allí y de él.

A las pocas horas regresé a la base de la orden, esta vez con ropa más cómoda y que no dejara tanta piel a la vista. Enthelion se acercó a la entrada en cuanto escuchó mis pasos aproximándose. Sabía que debía decirle la verdad, pero no estaba preparada para ello. En su lugar, me disculpé por haberle evitado. Le preocupaba lo que me llevaba a hacerlo, pero no podía decírselo. En la balconada me detuve a tomar aire profundamente, observando la ciudad. Él se quedó a unos metros tras de mí y podía sentir sus ojos clavados en mi espalda. Las hojas movidas por el viento, el agua meciéndose con suavidad o los murmullos de quienes pasaban cerca era lo único que nos acompañó durante unos minutos que parecieran eternos.
—¿Qué te ha llevado a estar así, Dalria?
Me volví, sin haberme percatado de su proximidad. No quería que le diera importancia, pero me conocía mejor que yo misma.
—Tan solo intento mantenerme en mi sitio. Las centinelas no son las únicas que se fijan en ti.
Aquellas palabras no parecieron afectarle lo más mínimo. Insistía en que le parase los pies si algo me incomodaba o creía que cruzaba la línea, esa línea que no nos permitiría llevar nuestra relación al terreno personal y que cada vez era más difusa para mí. Necesitaba saber si él deseaba cruzarla, pero sus respuestas eran evasivas. Finalmente me senté en el borde de la cama y él apoyó la espalda en el poste que había a los pies de la misma. Tras otro eterno silencio, se sentó en la cama, dejando algo más de espacio de lo habitual entre ambos.
—¿Qué ocupa tu mente?
—En este momento, tú.
Su respuesta me dejó descolocada. La conversación del día anterior, la de hacía unos instantes y qué hacer o no hacer era cuanto rondaba por su cabeza. Yo estaba siendo una cobarde por no enfrentarme a mis miedos. Me sentía más segura luchando sola contra una horda de orcos que en aquella habitación con él, sin saber con seguridad qué sentía él y con un temor atroz a preguntarle.
—No te costará mantener los pies en la tierra cuando los has tenido todos estos días sin ninguna dificultad.
—Eso no lo sé, Dath'anar —exhalé aire, tomándome unos instantes antes de proseguir, buscando las palabras adecuadas—. Tú crees que no he tenido problemas para mantenerme en mi sitio, pero no sé cuánto duraré.
—Lo has hecho, y debería ser más que suficiente —dejó caer su espalda sobre la cama, tumbándose—. Tú misma has dicho que no quieres nada personal, sino lo lograras tus deseos se desharían al instante.
—O quizá cambiara de parecer.
Sonreí ante la simple idea y me tumbé a su lado, apoyando la frente sobre su hombro. Sin embargo, sus oídos captaron algo que los míos no y su mirada se dirigió hacia la entrada. Me advirtió de la llegada de Lindiel, una de nuestras últimas reclutas, y ambos nos pusimos rápidamente en pie. Quería saber qué novedades había, pero era conocedora de las pocas que había. Las tropas en Vallefresno por parte de la Horda habían reducido su número y había habido algunas escaramuzas, aunque nada importante. Darnassus no recibía ayuda de fuera y otras divisiones kaldorei estaban ayudando a los humanos con sus propios problemas, por lo que estábamos, como siempre, solos.
—Espero que mis compañeros despierten pronto. La ira de los druidas de la zarpa será legendaria.
Sentí un escalofrío ante la mención de la palabra "druida". La mujer de blancos cabellos que había ante nosotros había despertado recientemente de su estancia en el Sueño Esmeralda y todavía estaba algo perdida. Le sorprendió descubrir que Teldrassil había sido plantado sobre la pequeña isla de Kalidar y llevaba bastante mal todos los cambios que estaba descubriendo. Intentábamos explicarle todo cuanto podíamos las pocas veces que nos cruzábamos con ella, al menos lo más importante, pero era demasiado para que lo asimilara todavía.
—No os molestaré más, seguid con lo vuestro.
Sonrió de manera pícara, como si pensara que entre Enthelion y yo hubiera algo que había interrumpido al venir a vernos. Ambos volvimos a sentarnos en la cama, en uno de los laterales, y me tumbé ante su atenta mirada, aunque rápidamente la desvió hacia el exterior. Ahora parecía ser él el evasivo.
—No esperes que me lance a tu cuello mientras la confusión sea quien te haga actuar —dijo mientras volvía a posar la mirada en mí, acariciándome la mejilla con el dorso de la mano.
—¿Qué te hace pensar que estoy confusa?
—Tus cambios de opinión, Dalria.
Su ceño se frunció apenas un instante y apartó la mano de nuevo, aunque esta vez se tumbó a mi lado y deslizó sus dedos por mi brazo. Estaba segura de que aquella noche me habría besado, pero él no quería que pudiera arrepentirme de nada. Cansada de que el uno decidiera por el otro, me acerqué con lentitud hasta rozar su nariz con la mía. Notaba que el pulso se me aceleraba, pero esta vez no tenía miedo. Ambos habíamos estado decidiendo por el otro qué era lo mejor, y ahora era evidente. Alzó la barbilla lo suficiente para besar mis labios. Pronto la ropa dejó de cubrirnos la piel y nuestros cuerpos se fundieron en uno solo.

Su preocupación ahora yacía en si iba a arrepentirme en lo que había pasado entre nosotros. Su mano me recorría el cuerpo desnudo mientras le miraba con la barbilla apoyada en su pecho. Temía que pudiera perjudicarme el habernos permitido cruzar los límites que tan absurdamente había impuesto, pero en aquel momento sabía que no. Habíamos vivido con el temor de que aquello pasara; él por si podía afectarme de alguna manera, y yo por si le perdía alguna vez. No obstante, de lo único de lo que me podría haber arrepentido jamás era de perderle sin haberme permitido ser feliz a su lado. Había perdido mucho por el camino para conseguir la dicha, incluso mi vida se había visto en peligro por ello, pero ahora no iba a consentir que nadie me arrebatara aquel bienestar que había logrado.
—Podría pasarme días enteros entre tus brazos.
—Ten cuidado con lo que dices —murmuró con una sonrisa, besándome la frente.
Los besos iban y venían, al igual que nuestras manos por nuestra piel, mientras el sueño se apoderaba de ambos. Al final tendría que admitirle a Nahim que tenía razón, que debería haber hablado con él antes, pero en aquel momento no me apetecía pensar en aquello. Tan solo quería disfrutar de ese instante en que nada más importaba, tan sólo él y yo.



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