miércoles, enero 15, 2014

Problema resuelto


Me refugié en el hueco árbol de nuevo y me abandoné a las lágrimas y al dolor. La pequeña manta con la que había arropado a mi pequeño todavía conservaba su dulce aroma. Me aferré a la idea de que aquello era una pesadilla, que no podía estar sucediendo, que en cualquier momento iba a despertar y Erglath estaría aún junto a mí. Había suplicado por runa a Thoribas que regresara pronto, pero fue su voz a mi lado lo que me sorprendió. Me lancé a sus brazos y no pude contener las lágrimas. Apenas podía balbucear lo sucedido y me intentó calmar, permitiéndome aferrarme a él mientras me acariciaba la espalda. Lamentaba no haber podido hacer nada por evitar que Baenre se llevara a mi niño, lamentaba no haberle protegido. ¿Pero de qué iba a servir ya? Había perdido a mi hijo. Había sido culpa mía.
Cuando regresamos al barracón, una vez en la ciudad, me metí en la cama tras asearme y cambiarme de ropa. No podía evitar llorar una y otra vez, con aquella mantita entre mis manos. Su olor se desvanecía. Pronto sólo me quedarían recuerdos de su carita, de la pequeña mancha de nacimiento en forma de luna creciente en su cuello, sus pequeños ojos ambarinos entreabiertos, el tacto de su piel o notar sus labios en mi pecho al alimentarle.
Thoribas volvió a mostrarse frío conmigo y volvieron las discusiones iniciales. Me reprochaba continuamente lo ocurrido con Erglath. Aunque no le faltaba razón, me dolía más a mí que a él lo que había pasado y ya tenía bastante con no tener otra cosa en la cabeza. Sentí como si me hubiera dado la espalda, justo en el momento en que más necesitaba tener a alguien a mi lado. Con el lento paso del tiempo todo volvió a la normalidad, aunque yo había iniciado una búsqueda de mi hijo.


A medida que los días iban pasando, uno tras otro, la frialdad de Thoribas fue disminuyendo y mi búsqueda empezaba a cesar. No había rastro de él o de Baenre por ninguna parte y ya comenzaba a darme por vencida. Fue cuando todo sucedió, pocos días antes de que Thoribas partiera hacia el gélido continente de Rasganorte.
Nos encontrábamos en Auberdine, en la pequeña casa donde mi hermana y yo habíamos vivido anteriormente. Llevaba días lloviendo y el frío se colaba por cualquier pequeño rincón que lo permitiera. Thoribas y yo estábamos muertos de aburrimiento, no podíamos salir con aquel temporal y no podíamos regresar a la ciudad ni ir a ninguna parte. Sólo había dos mantas, pero no era suficiente para soportar el frío. La última noche que pasamos allí, algo me llevó a besarle. Fueron mis instintos quienes me obligaron a probar sus labios como si fuera la última vez que lo fuera a hacer, sin saber que realmente lo sería. Me tumbó sobre la cama mientras me deshacía en sus brazos y no recuerdo ni siquiera haberle dicho cuánto le quería, aunque no era cierto. Como siempre, en el momento más oportuno, Baenre hizo su entrada... atravesando la ventana que había sobre nosotros. Como era habitual en él, desapareció antes de que pudiéramos atraparle. Sin darle importancia a la ventana rota, al agua que entraba por ella y el frío que nos calaba, me senté en un rincón a llorar, con Thoribas abrazándome. Tu hijo está bien, había dicho el gnomo. Me había obligado a mí misma a no recordarle, pero aquella breve aparición del monstruo que se lo había llevado y aquellas palabras supusieron un duro golpe.

Thoribas pronto partió al norte y yo me dediqué a entrevistar a posibles reclutas que carecían de motivación alguna, otros preferían no hacer nada o eran completamente nulos en el combate e ineptos hasta para empuñar un arma. También había retomado mi búsqueda con nuevas esperanzas para encontrar a Erglath. Los meses pasaron sin resultado alguno, sin reclutas... y sin una sola noticia de Thoribas.
Fue al principio del cuarto mes cuando recibí una misiva. Thoribas llegaría pronto a Ventormenta, así que no perdí el tiempo en ir al puerto de la capital humana, donde atracaría su barco. Estaba furiosa. No había recibido noticias de él durante mucho tiempo, le creí muerto. Tardó un par de días en los que yo ni me había movido del puerto, tan solo para caminar entre los muelles. En cuanto llegó, ni siquiera desmontó de su sable. Más tarde pidió disculpas por no haberse puesto en contacto antes, pero yo no estaba dispuesta a aceptarlas. Me mostré irremediablemente fría y enojada con él. La Horda, mientras tanto, había atacado Vallefresno y pronto llegarían a Astranaar si no se hacía nada. Thoribas descansaría durante un par de días mientras yo me quedaba en Auberdine. No tenía ningunas ganas de estar cerca de él, me exasperaba.

En cuanto llegó a Ventormenta y esperaba al próximo día a que zarpara un barco hacia Kalimdor, continente en el que se encontraba Vallefresno, nos quedamos en la pequeña base que el Templo había conseguido para nosotros. Nuestros únicos temas de conversación eran la guerra que amenazaba nuestros bosques y la caída del Rey Exánime, pues no había ninguna novedad que comentarle respecto a la orden.
—Seguir con el reclutamiento mientras buscaba a mi hijo, hasta que la guerra llegó a Vallefresno— fue mi respuesta cuando preguntó qué había hecho durante todo este tiempo.
—Ahora podremos centrarnos en lo que realmente nos concierne.
—Y... esperando que alguien se pusiera en contacto tras marcharse sin decir nada— acabé por reprocharle.
Sí, había avisado de que debía partir a Rasganorte a través de una misiva, pero desde su marcha no había recibido ninguna noticia suya. Creí que tras lo último sucedido entre ambos en Auberdine se dignaría a, como mínimo, pedir disculpas. Qué ingenua había sido.
—Recogeré mis cosas y volveré a Auberdine. Tienes el cuarto de arriba preparado.
Me levanté sin tan siquiera mirarle y subí las escaleras lentamente. Creí que diría algo, pero tampoco fue así. Estaba decepcionada y enfadada. ¿Qué era Thoribas para mí? Intuía que mi escapatoria a mis problemas, lo único a lo que me había podido aferrar cuando todo lo demás me había fallado. Recogí las pocas cosas que había dejado en una mochila de cuero mientras le daba vueltas a la cabeza y, cuando me levanté y fui a salir del dormitorio, le encontré en la puerta.
—¿Lo dices en serio?— inquirió.
—¿Tú qué crees?
—Que te gustaría atravesarme por haberte dejado sola con esto— contestó.
Eso fue el colmo. Estuve a punto de echárselo todo en cara, pero decidí respirar hondo y tranquilizarme. No era momento de encolerizarse. No, no podía permitir algo así, no podía dejar que viera cuan afectada me hallaba en esos momentos. Debía mantener la compostura. Le dije que le esperaría en Auberdine para ir con él hacia Astranaar, donde apareció al día siguiente tras llegar yo al sitio mencionado.

De nuevo envueltos por el dulce aroma de nuestros bosques, allí nos encontrábamos Thoribas y yo. El pequeño pueblo de Vallefresno se mantenía en pie pese a las pequeñas incursiones de los orcos y las centinelas habían visto aumentado su número para protegerlo. Lo mismo se hizo en otras partes de la zona, donde la vigilancia era constante. Apenas intercambiamos unas cuantas palabras durante nuestra estancia allí —tan solo la renovación de rangos dentro de la orden—, procuré evitarle en medida de lo posible. Para ello decidí ir a la casa cercana a la linde con Costa Oscura. Al rato de estar en ella, sumida en mis pensamientos, un felino blanco se me acercó y me fijé en sus marcas mientras le acariciaba. Era un druida, no cabía la menor duda.

Cuando creí que por fin podía respirar algo de paz, Baenre no tardó en aparecer, molestando nuevamente. Aquello me encolerizó, pues él se había llevado a mi pequeño nada más nacer. Sin embargo, hubo algo que me llenó de ira aún más que el recuerdo de mi hijo. El druida que estaba a mi lado no era otro que Thoribas, quien se había comenzado a instruir como tal. Me enfadé conmigo misma en silencio por haberme mostrado amable con él. Aproveché que tanto él como el gnomo comenzaron una entretenida discusión para coger mis cosas y alejarme de allí lo antes posible. Necesitaba serenarme y la cabeza comenzaba a dolerme de tantas vueltas que le daba a unas y otras cosas. Estaba llena de rabia por dentro y quería estar sola para poder tranquilizarme. Creí haber pasado desapercibida, pero rápidamente me llamó Thoribas a través de la runa de la orden.
¿Qué diablos haces? ¿Dónde estás?
No te preocupes por dónde estoy o dejo de estar— le contesté secamente.
No te entiendo, ni a ti ni a tu comportamiento—, como si fuera algo demasiado difícil de entender—. Mañana iré a Darnassus para empezar con el reclutamiento, espero verte allí.
Bien, ¿algo más?— quise saber.
Tras decirme que dejara de hacer el idiota y de contestarle que se hiciera él responsable de sus actos, refiriéndome a lo pasado en Auberdine antes de su partida, preguntó:
¿Realmente le estás dando vueltas a eso?
Sí, le estoy dando vueltas a eso— contesté, molesta y cansada.
Pues déjalo apartado. Fue un error y una idiotez que nunca debió haber pasado y no se repetirá. Problema resuelto, Dalria. Ahora piensa con claridad en lo que de verdad tenemos que hacer. Buenas noches.

Un error... eso había sido para él. Aquella bofetada me trajo de vuelta a la realidad. Me hallaba de camino hacia el puerto de la Aldea de Rut'theran, entre las raíces de Teldrassil, mientras repetía para mí misma lo que acababa de decirme, incrédula. Había sido una necia. Aunque sólo habían sido unos cuantos besos, creí que para él habían significado algo. Estaba claro que me había equivocado. Nada más llegar a mi destino, Baenre ya estaba esperándome para echarme en cara que estaba huyendo. ¡Genial!, pensé. Lo último que necesitaba en aquellos instantes era tener al tedioso gnomo delante de mis narices, pues lo que quería hacer en aquel preciso instante era matarle y acabar con su vida, cosa que habría hecho gustosa de no ser el único que sabía dónde se encontraba mi hijo. Esquivó mis preguntas, dándome una charla sobre huidas. Cuando me dispuse a dirigirme hacia el portal druídico que me llevaría a la capital kaldorei, el pequeño energúmeno cogió su caña de pescar y me lanzó el anzuelo, rasgándome la piel con él mientras me hizo una pequeña herida en el vientre. El pequeño instrumento metálico se agarró a mi cinturón y, rendida, decidí dejarme arrastrar por él nuevamente hacia el puesto de vuelo de Rut'theran, desde donde me dirigí de vuelta a Auberdine. Esta vez tuve la suerte de no ser importunada por Baenre o Thoribas y al fin podría respirar paz y tranquilidad, o eso pensaba yo hasta que una centinela se acercó a mí para entregarme un sobre. Abrí el sello que lo cerraba y leí la misiva. Eran buenas noticias, cosa que me hizo sonreír ligeramente. Un kaldorei, llamado Dath'anar Filo Sombrío, quería ingresar en la orden; en el cuerpo de los centinelas que teníamos, específicamente. Le contesté que pronto me citaría con él en el puente cercano al Enclave Cenarion, como pronto haría.

Me retrasé un poco, cosa que yo misma me regañé. Al llegar al sitio que le había indicado al aspirante, tan solo vi a un grupo de centinelas atentas a su capitana, poniéndose al día de las nuevas en Vallefresno. Astranaar se encontraba bajo asedio y había sido reducido a cenizas. Mientras escuchaba atenta la conversación, vislumbré a un elfo alto y de cabellos níveos que parecía estar esperando. Tal vez fuera él, pero antes miré alrededor por si había alguien más y, finalmente, me acerqué a él.
—¿Dath'anar?



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2 comentarios:

  1. La cosa se pone interesanteeeeeeeeeee.... uooooohhhh... Por cierto, Enthelion algún día volverá, el Capitán Filo Sombrío siempre ronda los bosques.

    FDO. Thoribas y Enthelion a partes iguales.

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    1. ¡A ver si es verdad que vuelve! Deliantha le considera parte de Elune-Adore todavía y... Baenre ha vuelto -.-

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